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Sexo, erotismo y sensualidad: un breve recorrido etimológico

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Antes de hablar de sexo, de erotismo o de sensualidad, siempre conviene –a nuestro juicio– reflexionar sobre los significados que un día tuvieron estas palabras, porque sólo conociendo cómo funcionaron los vocablos, podemos comprender el motivo por el que hoy en día tienen el significado que tienen.

Comencemos, por tanto, con la palabra sexo, que viene del latín sexus, -us. En principio, parece que en esta lengua tendría el mismo significado que en español actual, por lo que estaría aludiendo tanto a los “órganos sexuales” (tercera acepción de la palabra en el Diccionario de la Real Academia Española) como al placer derivado de su empleo (cuarta acepción: “placer venéreo”).

Pero también podría aludir a la “condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas” (primera acepción en el DRAE), así, tomada en abstracto, que haría referencia, entonces, a la división en dos (sexos) en que tendemos a concebir el mundo animado. Es posible, en este caso, defender que la palabra sexus se haya formado a partir de *sectus, que podría ser el participio de perfecto (en nominativo masculino singular) del verbo secare ‘cortar, partir, dividir’, porque la población viva se puede separar en dos sexos (masculino y femenino), aunque socialmente –y la lengua lo es– se pueda codificar en muchos géneros más.

Resulta interesante señalar que, según los expertos, la palabra sexo no aparece en español antes del siglo XV, y hasta tres siglos después no se da ninguno de sus derivados, como sexual (“Perteneciente o relativo al sexo” [DRAE]), asexual (“Sin sexo, ambiguo, indeterminado” [DRAE]), sexuado (“Dicho de una planta o de un animal: Que tiene órganos sexuales” [DRAE]) o sexualidad (“Conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo”, “Apetito sexual, propensión al placer carnal” [DRAE]). El motivo de este silencio tal vez se deba al puritanismo sociocultural reinante en las Españas hasta época ilustrada, que plagaría de constantes eufemismos lo que no son más que modos de entender la realidad.

Y, a este respecto, se puede hacer una pequeña reflexión, fruto de las lecturas que, más allá de la lingüística, nos ofrece la antropología, siempre abierta a una perspectiva dinámica y compleja del ser humano. Si, de acuerdo con el DRAE, la sexualidad es el “conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo” y la primera acepción de sexo alude a la “condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas”, ¿no se está refiriendo a lo mismo? ¿Es que acaso ese “conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo” no forma parte de la “condición orgánica masculina o femenina, de los animales y las plantas”? En ningún caso se alude, en esta acepción, explícita y exclusivamente a los genitales, que son las marcas más claras de la diferencia entre machos y hembras. Se está, como consecuencia, dando por hecho que la sexualidad va implícita en el sexo (“órganos sexuales”), cuando parece ser, según los estudios más recientes de la antropología de la sexualidad, que esto no es así.

Entonces, parece que ambos conceptos se están anclando a una esencia del ser humano que parece inamovible, estática, perenne, esto es, se entiende que una persona puede SER de un sexo o de otro sexo, y por tanto se tiene que COMPORTAR (sexualmente) según el sexo al que pertenezca. No caben, en estas concepciones, COMPORTARSE (sexualmente) de acuerdo con las pautas de conducta del otro sexo.

Pero, ¿qué ocurre si adoptamos una perspectiva social del sexo y la sexualidad, y dejamos de pensar con una bi-mente (esa mente que necesita clasificar todo en tan sólo dos grupos: blanco y negro, macho y hembra, arriba y abajo…)? Resulta que si aplicamos el filtro de lo cultural, la sexualidad pasa a convertirse en una forma de COMPORTARSE con el sexo, que no se tiene por qué identificar con este y que, por tanto, traspasa lo puramente biológico (o “natural”). Esto equivale a decir que podemos SER machos o hembras pero no necesariamente COMPORTARNOS (sexualmente) como lo que la sociedad dice que corresponde a los hombres o a las mujeres, respectivamente, de manera que caben muchas interpretaciones sociales de lo que significa ser macho o hembra… Pero no sólo sociales: también son posibles numerosas lecturas biológicas porque lo social se acaba plasmando en el cuerpo, y porque la variedad cromosómica es más amplia de lo comúnmente establecido, como cualquier médico podría afirmar.

MITO REVISTA CULTURAL

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